Nación, mentiras y sentimiento

"Hay catalanes que se sienten nación", dicen que dirá el nuevo Estatuto. Así lo han establecido nuestros románticos gobernantes al elevar el sentimiento a la categoría de legitimación política. 

 

Efectivamente los hay: son todos esos ciudadanos que se han creído que son parte de una nación catalana, del mismo modo que también hay muchos que se creen parte de una nación vasca o gallega.  Pero los catalanes que hoy se sienten nación, ¿experimentarían igual sentimiento si no se hubiera llevado a cabo el masivo lavado de cerebro realizado por el nacionalismo moderado durante las legislaturas pujolistas? Las descomunales mentiras con las que se ha regado a la sociedad catalana durante décadas desde la televisión, la radio, la prensa, las aulas, los libros de texto, etcétera, ¿no han tenido nada que ver con ese sentimiento? 

 

Háblese con cualquier catalán de ésos que se sienten de nación catalana y pregúntesele sobre los motivos que le llevan a tal emoción. Las respuestas serán siempre las mismas, clónicas, pues la eficacísima y nunca contrarrestada propaganda nacionalista ha logrado programar las conciencias con orwelliana uniformidad. La respuesta será más o menos así: Cataluña es una nación porque ya lo fue desde los tiempos de la Marca Hispánica, cuando éramos independientes de España hasta el compromiso de Caspe; y además ya se hablaba aquí otra lengua que fue prohibida por los Reyes Católicos; pero la independencia catalana subsistió hasta que fuimos anexionados por Castilla en 1714; en ese momento empezó la esclavitud de nuestra nación hasta que a finales del siglo XIX comenzó a resucitar, lo que cristalizó en el Estat Catalá que proclamó Maciá pero que fue aniquilado por la agresión fascista española de 1939, que invadió Cataluña, robó los documentos de nuestro gobierno, prohibió hablar catalán, persiguió nuestras señas de identidad y trajo cientos de miles de inmigrantes españoles para diluir nuestro sentimiento nacional; hasta que finalmente hemos comenzado a recuperar nuestra independencia gracias a los sucesivos estatutos de autonomía. 

 

Ésta sería, más o menos, la respuesta culta. Plagada de barbaridades, cierto, pero no hay nada que impida que la mentira pueda tener cierta elaboración. Después está la respuesta de conversación tabernaria, no por menos historicista menos eficaz: en ella se incluirían los tópicos sobre la laboriosidad y modernidad de los catalanes frente a la vagancia y el atraso español y mil vaguedades más que incluirían, evidentemente, al Real Madrid como instrumento del franquismo. 

 

Pero pregúntese a los catalanes que se sienten nación una explicación, por superficial que sea, sobre quiénes fueron y qué hicieron Clarís, Casanova, Ramón Berenguer IV o Jaime I; o sobre qué sucedió en 1714, en 1640 o en 1412. Prácticamente nadie será capaz de dar una respuesta. Por ejemplo, la Fundación Acta encargó en 1991 un estudio para determinar el nivel de conocimiento de la ciudadanía catalana sobre la historia de Cataluña. Los resultados fueron los siguientes: el hecho histórico más conocido era el 11 de septiembre de 1714, pues no en vano se conmemora cada año en la Diada. Pero, a pesar de las nutridas manifestaciones, sólo el 14,8% de la población declaraba conocer el hecho. La guerra de los segadores, ese acontecimiento en el que se inspira nada menos que el himno oficial de la Comunidad Autónoma que los niños cantan en las escuelas, era conocida por el 2,9% de los catalanes. Por lo que se refiere a los personajes históricos, el más conocido era Companys, recordado por un 34% de los encuestados. En cuanto a Casanova, el homenajeado con solemnidad cada 11 de septiembre, le conocía un 5,2%. Y Clarís, el de los segadors, ni aparecía en los resultados de la encuesta: el conocimiento sobre su persona se acercaba al 0%. 

 

En resumen: el núcleo del pensamiento nacionalista catalán, adoptado también por la izquierda nominalmente no nacionalista, ha penetrado en gran parte de la sociedad catalana con el efecto de causar el rechazo a España y la adscripción sentimental a una nación distinta; pero cuando se pregunta por los motivos de ese sentir, no se sabe dar una respuesta. 

 

La máquina productora de alucinaciones nacionales trabaja sin descanso desde hace muchos años. El resultado es que varias generaciones de catalanes, víctimas de un engaño masivo, han absorbido la farsa como algo natural, con absoluta buena fe. Han sido convencidos de que las opciones nacionalistas son las defensoras de sus derechos y su identidad, cuando son las más insistentes adulteradoras y, por lo tanto, enemigas de la realidad catalana. El fruto de esta manipulación, de esta siembra de mentiras y odio, no podría ser otro que el rechazo a España, visceral y a prueba de razonamiento, por parte de miles de personas. En esto ha consistido lo que los nacionalistas llaman sin disimulo construcción nacional

 

La pregunta que debieran contestar nuestros sentimentales es simple: sin esta campaña de construcción nacional –es decir, de destrucción nacional española– desatada desde hace tres décadas e inoculada a cientos de miles de ciudadanos desde el parvulario, ¿hoy tantos catalanes se sentirían nación?

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada

 

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