Hay que saber vascuence

En diciembre de 2005 el PNV anunció su intención de que al menos la mitad de sus cargos en la administración habrán de saber vascuence. Lo que quiere decir que hoy, tras veinticinco años de omnipotente control de un territorio del que disponen como si fuera su finca privada, no lo hablan. Significativo detalle de la esquizofrenia vasca, éste del furor lingüístico peneuvista, sobre todo si consideramos la inmersión que esos mismos castellanohablantes han impuesto a toda la sociedad en una lengua que no es la suya. Entre otros muchos, ni Anasagasti ni Azkuna, el alcalde bilbaíno, hablan vascuence, y hasta el propio Ibarretxe, ya talludito, ha tenido que aprenderlo a marchas forzadas para que no se diga. Eso sí: no se le ocurra a usted aspirar a un trabajillo en cualquier administración del País Vasco sin saber la lengua fetiche.

 

Si intentáramos explicar todo esto a un forastero ajeno a nuestro desquiciamiento, nos tomaría por locos. Sin embargo, aquí estamos tan acostumbrados a ello que ya casi ni lo prestamos atención. Pero toda esta incómoda chifladura tiene una explicación.

 

En los años 60 Federico Krutwig –uno de los pensadores nacionalistas más influyentes– escribía lo siguiente sobre la argumentación historicista hasta entonces dominante: 

 

"Es falso el planteamiento de un caso nacional desde el punto de vista histórico, como se viene presentando el caso vasco. Los vascos no tienen derecho a su independencia porque en siglos anteriores la hayan tenido, sino porque forman una etnia. Así pues, plantear el derecho a la independencia vasca partiendo de un status anterior en que se gozó de la facultad de legislar autonómicamente trae un grave error que consiste en rebajar el caso nacional vasco a un simple problema español, o francés".

 

Es decir: como la historia no servía –por mucho que se hayan esforzado desde Sabino hasta hoy en crear un pasado de ciencia ficción– había que echar mano de otro argumento, y ése era la etnia. Y la etnicidad vasca, según Krutwig, venía dada por la lengua, no por la raza y los apellidos, como había sostenido el PNV hasta entonces. "Sin euskara no hay nación vasca posible", sentenció Krutwig. Pero no quedaba aquí el problema, pues no valía cualquier euskara: 

 

"La fragmentación del euskara escrito (en labortano, guipuzcoano, vizcaíno y suletino) es contraria a los intereses nacionales del pueblo vasco pues impide el establecimiento de una forma vasca exenta de dialectismos que llegue a ser la lengua común. Tal forma literaria sería el símbolo de la nacionalidad y su forma unificada serviría para unir a los hijos de Euskaria. Ahora bien, como el idioma sirve de lazo de unión y es la característica principal, la falta de un dialecto literario universalmente aceptado crea una desunión entre los vascos, justamente en el factor primordial de la nacionalidad".

 

Y por ello se creó el batua, ajeno a los verdaderos euskaldunes.

 

La función de la lengua está clara para los nacionalistas, y tiene poco que ver con la comunicación. En el manifiesto del PNV para el Aberri Eguna de 2006 se explica con franqueza: 

 

"Euskadi es hoy más nación que nunca. La apuesta asumida en 1979 por la mayoría social y política vasca ha logrado que Euskadi haya pasado de ser una formulación ideológica del nacionalismo a convertirse en una realidad sociológica y jurídico-política... Nuestros hijos e hijas conocen y utilizan el euskera en proporción muy superior a las generaciones anteriores; zonas del país como Tierra Estella, Margen Izquierda, las Encartaciones, la Llanada o la Rioja, en las que nuestra lengua llevaba siglos de retroceso o incluso de desaparición, comienzan a recuperar este signo de identidad nacional vasca, no sólo como símbolo sino también como instrumento de comunicación y de creación y difusión del pensamiento y de la cultura".

 

Para llegar a la etnia, la lengua. Y para llegar a la lengua, su imposición. Es así de sencillo.

 

Y, claro, para imponerla es conveniente dar ejemplo. Que si no, se revuelve el gallinero.

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada

 

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