La nación club

Somos unos ingratos. Nuestros separatistas patrios llevan un siglo estrujándose las meninges en trabajosos estudios que renuevan constantemente el pensamiento político, y nosotros no se lo agradecemos. Ya en su día Sabino, Prat de la Riba y compañía se pusieron a ello. Un siglo después sus seguidores –con la inestimable colaboración de multitud de españoles hispanófobos– continuan girando como peonzas en torno al concepto de nación, ese fetiche por el que experimentan una obsesión onanista. Y sus elegantes maniobras en tan desenfrenado terreno captan la atención de los politólogos más reputados del mundo, boquiabiertos ante sus revolucionarios avances.

 

Comenzaron con la raza, con estudios nasales y craneométricos que, ante su ineficacia, dieron paso a la raciología de microscopio, cuyo elemento más popular ha sido el famoso Rh. A tan altas cimas del pensamiento llegaron Sabino y compañía, que uno de sus primeros seguidores llegó a escribir, sin temblarle el pulso, que el mismo imperativo biológico que impele a los pájaros a piar, a los caballos a relinchar y a las vacas a mugir, exige que los vascos, esos animales diferentes del resto de los homo sapiens vecinos, tengan un Estado independiente. Aunque el nacionalismo vasco se ha llevado la palma, no debe olvidarse el catalán, que también hizo sus pinitos, y no pequeños, en esta simpática disciplina. Por ejemplo, Rovira i Virgili opinaba, a la luz de los estudios craneométricos del Dr. Robert, que "si en el noreste de la península predomina un tipo craneano diferenciado, los catalanes no vamos a deformarnos el cráneo en aras de la unidad española".

 

Luego llegó la lengua, esa contraseña nacional para quienes siguen anclados en decimonónicas ensoñaciones que identifican lengua con nación aunque la realidad se dé de bruces con estas hipótesis en toda Europa y en el mundo entero. Pero para un nacionalista esto no es obstáculo: ellos tienen razón; es la realidad la que se equivoca.

 

También llegó, claro, la historia. Pero como, una vez más, ésta se daba de tortas con sus planteamientos, el género historiográfico les ha servido para atiborrar estanterías con obras maestras de la novela mitológica y de ciencia-ficción.

 

Finalmente, visto el pobre resultado obtenido, han tenido que llegar a fundamentar la existencia de sus nacioncitas en un acto de voluntad: Somos nación porque nos da la gana y porque así lo proclamamos en nuestro parlamentito regional.

 

O sea, que para nuestros castizos separatistas esto de las naciones va a resultar algo así como un club, la pertenencia al cual viene dada, no por características étnicas, lingüísticas, culturales o históricas, sino por apuntarse a él y pagar una cuota. Si se apunta usted al nacionalismo, aunque no cumpla con ninguno de los marcadores nacionales objetivos, será miembro de la nación vasca o catalana (a eso se le llama ahora nación cívica). Pero si no se apunta, aunque los cumpla todos, será usted un tránsfuga cultural, como han escrito algunos.

 

¿Tanta pesadez, tanta cursilada y tanta pedantería para llegar a esto?

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada

 

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