España desquiciada, receta de Laínz para acabar con el zapaterismo

 

Un repaso a Almodóvar, el botellón, el indigenismo abertzale, el despeño del 78, el género tonto, la estupidez progre, los esdrújulos zetapéricos o el "n'asturianu".

 

Jesús Laínz deslumbró a miles de lectores con su gran éxito Adiós, España, que sigue siendo el más profundo análisis sobre los nacionalismos (y en particular sobre el vasco y el catalán) publicado desde su despuntar en la Transición. Luego ofreció en La nación falsificada una entretenidísima sucesión de pequeñas biografías sobre la peripecia de esos vascos y esos catalanes de renombre que han contribuido de manera singular a engrandecer la Patria común.

 

Y ahora llega España desquiciada, su tercer libro en Ediciones Encuentro. Una obra especialmente querida para Elsemanaldigital.com, dado que buena parte de los textos aquí recogidos aparecieron en primera instancia en nuestro periódico. A ellos se añaden colaboraciones en La Razón y artículos inéditos. En conjunto, un volumen con una precisión importante que apunta el autor: "Fueron escritos durante la legislatura que arrancó el 14 de marzo de 2004, tres días después de aquella espantosa madrugada madrileña". Ha expurgado los más vinculados a cuestiones de actualidad coyuntural, y el conjunto desvela una clara línea directriz: "El eterno problema separatista que padece España desde hace un siglo".

 

Sobre tal asunto se ha escrito mucho, pero la originalidad de la perspectiva de Laínz es doble. Por un lado, su formidable carga lógica. El éxito de sus libros anteriores, y el que le auguramos a éste, reside en que, una vez planteada su tesis, resulta muy difícil encontrar huecos por donde atacarla. Y así el lector no sólo queda convencido, sino nutrido de un buen armero argumental con el que rebatir el continuo bombardeo de las falacias nacionalistas. Por ejemplo, y por hacer referencia a polémicas de la legislatura: el que dedica al expolio del Archivo de la Guerra Civil en Salamanca resume en dos trazos las posiciones respectivas hasta concluir que "de esa concepción fraudulenta que hace de la guerra en Cataluña no una guerra civil sino una invasión de un país extranjero, nace el absurdo de que la documentación en cuestión sea considerada un botín de guerra", lo cual podría valer con ese criterio para cualquier otro papel allí almacenado.

 

Pero además, en los artículos de Jesús Laínz destaca el desparpajo. Dicho de otra forma: dice lo que quiere decir sin los eufemismos a los que el lenguaje políticamente correcto nos intenta obligar. Y así, no le importa defender un patriotismo aconstitucional, porque asegura sin complejos que el problema de los nacionalismos no es la idea de nación. Las supuestas naciones vasca y catalana son producto "de una descomunal falsificación", pero "la española es verdad": "No hay que atacar a las falsas construcciones identitarias por ser identitarias sino por ser falsas".

 

Y aunque respeta, como amante de todo lo que en el suelo patrio ha surgido, las variedades dialectales –en este caso el bable asturiano–, critica el despilfarro de dinero público para rotular Rede regional de carreteres en vez de Red regional de carreteras, y lo califica como una "idiotez". Que es lo que piensan incluso quienes cobran por rotular así, pero no está mal que haya alguien que grite que el rey está desnudo.

 

Tampoco es de los que halagan al respetable. El español es el "pueblo más sumiso al poder" que pueda encontrarse, pese al "orgullo espartaquista" de quienes le atribuyen una cualidad innata para la rebeldía. ¡Lo peor es que lo demuestra con algunos ejemplos!

 

Además rescata joyas como la conferencia de Claudio Sánchez Albornoz oponiéndose a la creación de la comunidad autónoma cántabra, o un curso impartido por la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) donde se enseña "cómo gestionar las carreras de los concejales salientes y de los concejales que seguirán".

 

Vamos, que vale la pena sentarse un sábado o un domingo a ventilarse sin respirar estas doscientas y pico páginas. Habrá momentos de cabreo, otros de risa y –por qué ocultarlo– demasiados de angustia. Pero, en fin, si hasta España es perecedera, como Zapatero se empeña en demostrar, no digamos nada del zapaterismo, al que le ha salido un grano (el dónde lo ponen ustedes) con los libros de Laínz.

 

Carmelo López-Arias

El Semanal Digital, 26 de diciembre de 2007