Ése es el críptico mensaje de la pintada que adorna desde hace algunos años una de las barandillas del paseo de la Reina Victoria.
Efectivamente, en esta balompédica España en la que conservar el trabajo va siendo milagroso, las taifas madrileña y catalana –y a última hora también la valenciana– andan a la greña para ver cuál será la agraciada con el regalo de Sheldon Adelson, el millonario americano que ha acumulado una de las fortunas más grandes del mundo construyendo megacasinos por los cinco continentes.
El proyecto para España prevé la visita de once millones de turistas anuales y la creación de 260.000 puestos de trabajo. Pero todo eso no es gratis pues el promotor de este Las Vegas trasplantado impone a los gobernantes carpetovetónicos una serie de condiciones innegociables: inaplicación de convenios colectivos, admisión masiva de trabajadores extraeuropeos, exoneración de las cotizaciones a la Seguridad Social, nuevas líneas de metro, trenes y autopistas, donación de los terrenos públicos y expropiación de los privados a favor de la empresa, supresión de las normas urbanísticas para poder construir cualquier cosa, anulación de la legislación sobre el juego, libre entrada a menores, legalmente incapacitados y ludópatas, libertad total de horarios, modificación de la legislación sobre el blanqueo de dinero, inaplicación de impuestos, etc.
Olvidándonos por un momento del horror del proyecto, cabría preguntarse si la soberanía nacional reside en el pueblo español a través de sus representantes salidos de las urnas o en Sheldon Adelson.
Pero no. La pregunta sobra. Efectivamente, reside en el pueblo español, ése que, lejos de protestar por la indignidad de sus gobernantes, acudirá encantado al infierno con luces de neón a gastarse sus últimos ahorros en las tragaperras.
El filósofo de Reina Victoria se quedó corto.
El Diario Montañés, 4 de julio de 2012