Irretroactividad e irrazonabilidad

Para satisfacción de nuestros humanitaristas en cabeza ajena, a puñados siguen saliendo los etarras y otras fieras tras la sentencia del TEDH que tan de moda ha puesto en España la palabra irretroactividad. Sobre esta derivación del principio de legalidad se ha escrito estas semanas que se trata de uno de los fundamentos jurídicos de la civilización occidental. No parece posible discutirlo, pero quizá conviniese recordar que la fase actual de dicha civilización nació precisamente con aquella contundente vulneración de los principios de irretroactividad y de imposibilidad de ser juez y parte que se llamó Juicio de Nuremberg. Pero se hizo así para implantar lo que en aquel momento se entendió que era la justicia.

 

En este caso no ha habido retroactividad porque no se ha cambiado la ley, sino la interpretación jurisprudencial sobre el modo de computar la pena. Un cambio jurisprudencial no infringe el principio de irretroactividad porque la jurisprudencia, necesariamente cambiante, no es una norma jurídica.

 

Lo que se ha argüido es que la criminal, al asesinar, contaba con que, en caso de ser detenida y condenada, la pena sería inferior a treinta años puesto que, sin importar el número de asesinados, ésa sería la pena máxima sobre la que se aplicarían los beneficios de la redención por trabajo. Pero como, para adecuarse mejor a la justicia, la razón y el principio de proporcionalidad de las penas, y por lo tanto para no castigar igual un asesinato que cien, la llamada doctrina Parot le haría pasar más años en la cárcel, los derechos de la criminal habrían sido conculcados. 

 

En resumen, que los españoles podríamos habernos ahorrado toda esta verborragia de leguleyos si el país de la Europa occidental con el mayor problema terrorista hubiese contado desde hace mucho, como otros países menos acomplejados y no por ello menos democráticos, con la cadena perpetua. Por no hablar de la pena de muerte, ese tabú que nadie osa mencionar en esta hipócrita época de aborto masivo. 

 

Cuando la ley aplasta a la justicia, las cosas suelen acabar terminando mal.

 

Artículo inédito, noviembre de 2014