Recientemente recibí por Internet una parodia de la fábula de la cigarra y la hormiga. El asunto consistía en que, llegado el invierno, la cigarra aparecía por la casa de la hormiga en un lujoso descapotable y enfundada en un abrigo de visón. Ante la sorpresa de su laboriosa amiga, la cigarra le explicó que un empresario se había fijado en ella y que en ese momento partía hacia París, donde tenía un contrato millonario con el Folies Bergère. El chiste concluía con el encargo de la hormiga de que, cuando se cruzase en París con La Fontaine, le mandara al cuerno de su parte.
–Un certero comentario a esta época de encefalograma plano y Operación Triunfo –fue mi primera reflexión.
Pero lo que me llamó la atención fue el paréntesis que se abría acto seguido y que, al dar una explicación, estropeaba el chiste. En él se aclaraba que La Fontaine fue el autor de la fábula original, fábula cuya moraleja era la contraria a la relatada por el chiste.
–Así que a esto hemos llegado con la LOGSE: a tener que explicar quién fue La Fontaine y en que consistía su famosa fábula.
Porque, evidentemente, a los niños de mi edad dichas fábulas nos las enseñaban en el colegio. Y las de Samaniego y las de Iriarte, claro. ¿Qué niño de mi generación no tuvo que recitar alguna vez aquella historia del burro que tocó la flauta por casualidad? ¡Pero preguntemos hoy a los jóvenes quiénes fueron esos tres o qué es una fábula!
Todo esto me hizo recordar una tragicómica conversación que mantuve hace unos años con un profesor sobre la sorpresa de sus quinceañeros alumnos cuando se enteraron de que ni Beethoven fue un perro San Bernardo ni Miguel Ángel y Donatello unas tortugas ninja.
Hace unos quince o veinte años, cuando en España empezaban a estar de actualidad la violencia y el sexo en la televisión, una revista satírica representaba en su portada a unos niños pequeños frente a un televisor.
–¡Ah, sí! ¡Esta peli ya la he visto! –decía el niño–. Es ésa en la que secuestran a una niña, la violan, la sodomizan, la descuartizan y la entierran en el jardín.
A lo que la hermanita contestaba:
–¿Qué es un jardín?
Unos días atrás me explicaba con descorazonamiento un amigo profesor los problemas que tuvo en una conversación con sus alumnos sobre el recto proceder, el respeto a los demás y la frontera entre el bien y el mal a propósito de un caso de engaño e infidelidad. El asunto consistió en que tuvieron que interrumpirle porque desconocían el significado de algunas palabras que estaba utilizando, en concreto ética y moral.
Por otro lado, el Gobierno ha decretado recientemente la sustitución a efectos legales de los conceptos padre y madre por progenitor A y progenitor B. No se les puede acusar de incoherencia: las categorías de padre y madre, efectivamente, han dejado de tener sentido. Gracias a la ingeniería lingüística retroprogresista no tardará en llegar el momento en el que ni los abogados ni los jueces serán capaces de comprender aquel antañón concepto de la "diligencia de un buen padre de familia", imposibilitados para comprender el significado de buen, de padre y de familia.
El necio dogmatismo progresista influye hasta en las formas de denominar los hechos humanos, quizá porque se crea que cambiando las palabras se cambia la naturaleza o se conjura el peligro de que vuelvan a suceder hechos lamentables. Ése es el caso de lo que durante siglos se llamó violencia conyugal o malos tratos domésticos y hoy, tras la lamentable invención de la violencia de género, empieza a ser denominado en los informativos televisados como terrorismo machista.
Mi idolatrado George Orwell ya advirtió de todo esto hace medio siglo en su magistral 1984. Uno de los responsables de la creación de la neolengua explicaba entusiasmado que era la única lengua que menguaba cada día, pues era intención del gobierno que fuesen eliminándose paulatinamente conceptos, ideas, matices y significados, de modo que la lengua acabase convertida en un instrumento que sólo sirviese para las actividades cotidianas e imposibilitara pensar más de lo debido.
–¡Acabaremos haciendo imposible el crimen mental!– exclamaba entusiasmado el neolingüista.
En ello estamos.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada