Vacunas, libertad y dudas.
En defensa de fray Josepho
¡Curiosa época ésta, en la que se pueden tomar decisiones tremendas –y no sobre uno mismo– en los tremendos campos del aborto y la eutanasia mientras se pretende impedir la decisión de cada uno sobre ponerse o no una vacuna!
Paseábase Josep Pla por el Ampurdán en 1948 cuando paró a charlar un rato con una anciana que le dijo que aquel año habían muerto casi todas las gallinas de los alrededores.
–¿Y los veterinarios no se ocupan de la epidemia? –preguntó Pla.
La pobre payesa respondió que, aunque los veterinarios se ocupaban sólo de los cerdos para arriba, a unos vecinos ricos les habían recomendado que vacunaran a las gallinas.
–Y curándose en salud y gastando mucho dinero, vacunaron a la mitad de las gallinas. Total: que a ellos se les han muerto las gallinas vacunadas y a mí todas las gallinas.
–Debió de ser una mala vacuna…
–¿Cómo quiere usted que sea una vacuna, hombre de Dios? –concluyó la resignada viejecita. –Desgraciada la persona o el animal que ha de vacunarse para no morir.
Valga esta castiza anécdota como prólogo a unas breves reflexiones sobre el problema sanitario que ha puesto el mundo patas arriba en estos dos últimos años. Vaya por delante que el que suscribe no es ni médico, ni biólogo ni cosa por el estilo, pero, como los demás hijos de Adán, no carece de ojos para ver y entendederas para pensar. Y quede también claro de antemano que no es ni provacunas ni antivacunas, sino simplemente prudente con las cosas que pueden afectar a su salud y la de sus seres queridos.
El importante asunto de las vacunas no ha dejado nunca de discutirse ya desde los tiempos de Pasteur. Curiosamente, la celebridad de aquel químico francés, que pasó a los anales como el padre de la microbiología moderna a pesar de sus muchos errores, descansa sobre todo en haber curado la hidrofobia, pero no con una vacuna, sino con una suspensión de médula espinal infectada, que no es lo mismo ni tiene los mismos efectos que una vacuna.
Quizá convenga recordar que las dos únicas enfermedades que han sido efectivamente erradicadas mediante vacunas han sido la viruela en humanos y la peste bovina. Y, paralelamente, otras graves enfermedades como la escarlatina y la fiebre tifoidea están prácticamente erradicadas, al menos en los países desarrollados, sin haber intervenido vacuna alguna. Respecto a la poliomelitis, desapareció de países vacunados masivamente, como España, Francia o USA. Pero también de otros en los que no hubo vacunación, como Holanda, Suecia y Finlandia.
En el caso concreto del SARS-CoV-2, están lejos de desaparecer las dudas sobre los posibles efectos colaterales de las vacunas en la mayoría de las personas, no incluibles en los grupos de riesgo por edad o patologías previas. Pero los efectos colaterales serios no son los a corto plazo, que por el momento no parecen ser cuantitativamente relevantes, sino los a medio y largo plazo debido a que estas vacunas, por sus características, pueden tener efectos no predecibles en el ADN.
Pero, al margen de discusiones eruditas de difícil comprensión para los legos, este humilde juntaletras incluido, lo lamentable del asunto es que se haya desatado la histeria persecutoria contra quienes no acaban de estar convencidos de la eficacia de unas vacunas no desarrolladas en los debidos plazos y con las debidas garantías. No son pocos los profesionales de la medicina, y sobre todo los biólogos, virólogos y genetistas, que se han negado a vacunarse, si bien en la mayoría de los casos lo llevan en secreto para evitar desprestigios y linchamientos; y los medios de comunicación no suelen hacerse eco de las opiniones que se salen de la norma.
Se pretende limitar la movilidad de los reticentes, restringir sus derechos e imponerles la obligación de vacunarse. Y se les ha llamado de todo: ignorantes, insensatos, psicópatas, insolidarios e incluso asesinos a los que, como ha llegado a declarar algún político, “hay que cazar”.
El argumento central consiste en acusarles de poner en peligro la vida de los demás. Pero se ha explicado mil veces que los vacunados pueden seguir contagiándose y contagiando ya que las vacunas no constituyen barrera contra la difusión del virus. Su efecto es sólo atenuar los síntomas. Por lo tanto, el no vacunado quizá corra mayor riesgo de síntomas graves, pero no por no vacunarse pone más en peligro la vida de los demás que los vacunados. Bien claro lo ha dejado Fernando Moraga, vicepresidente de la Sociedad Española de Vacunología, al explicar que las vacunas actuales, de primera generación, han demostrado ser “excelentes para prevenir la enfermedad grave, hospitalización y muerte, pero no son tan buenas para prevenir la infección (…) Para lograr una inmunidad esterilizante frente a la covid-19 habrá que esperar a las vacunas de segunda generación”.
En resumen: que los que acusan de asesinos a los que eligen no vacunarse, han de tener en cuenta que, según su lógica, ellos son igual de asesinos. Por no mencionar que hay quienes afirman que los vacunados quizá tengan más riesgo de contagiar que los no vacunados, pues se constata que los primeros están bajando irresponsablemente la guardia, dejando de utilizar mascarillas y de guardar distancias y olvidando que no por estar vacunados pierden su condición de posibles contagiadores.
Por otro lado, ¿por qué se ha desatado esta histeria colectiva contra quienes se niegan a vacunarse para este virus mientras que nunca ha sucedido nada semejante con otras enfermedades? ¿Acaso no se ha tenido siempre claro que los únicos perjudicados por no ponerse las vacunas clásicas eran quienes no se las ponían ya que los demás quedaban protegidos por habérselas puesto? ¿Por qué ahora es distinto?
Porque así opina la inmensa mayoría, suele responderse, y porque quienes se oponen son una inmensa minoría. Pero si hay un campo de la experiencia humana en el que defender el acierto del criterio de las mayorías, por aplastantes que sean, es, evidentemente, un disparate, ese campo es el de la ciencia. Como demuestra la historia, todo avance científico comenzó con una persona que se opuso a la opinión mantenida por el mundo entero. Lo que hoy es ciencia, mañana puede ser aberración.
Aun dando por indiscutible la bondad de las vacunas contra el SARS-CoV-2, ponérselas no es un deber ni legal ni moral con los demás, sino una protección para uno mismo que cada uno elige libremente. ¡Curiosa época ésta, en la que se pueden tomar decisiones tremendas –y no sobre uno mismo– en los tremendos campos del aborto y la eutanasia mientras se pretende impedir la decisión de cada uno sobre ponerse o no una vacuna!
Por lo tanto, quienes hayan explicado sus dudas sobre dichas vacunas con argumentos serios, como Fray Josepho y tantos otros, ni son idiotas, ni ignorantes ni mucho menos aún asesinos. El tiempo dirá si aciertan o yerran, pero tienen todo el derecho del mundo a expresar sus opiniones en total libertad y sin recibir por ello insultos y calumnias.
4 de octubre de 2021