El síntoma Nicolás

Al parecer pasará a los anales de la picaresca con el mote de el pequeño Nicolás, aunque quizá hubiese sido más atinado el Forrest Gump español por su pasmosa habilidad para chupar cámara en las circunstancias más inimaginables.

 

No debiera sorprender el éxito de petimetres como éste dado el elevado número de jóvenes deseosos de no trabajar y de hacer de la política su muy remunerada profesión. No es precisamente el amor al esfuerzo lo que se ha sembrado en nuestras aulas en las últimas décadas. Por todos los partidos, sin excepción, zumban enjambres de aspirantes confiados en ascender a lo más alto mediante el poco meritocrático método de ir acumulando años en el escalafón. Aunque el tipo humano es el mismo, cada partido produce sus variantes por motivos ideológicos, sociales e incluso estéticos. En el caso del partido escogido por el pequeño Nicolás, su subtipo, muy característico, suele camuflar su inutilidad mediante cabellos engominados y corbatas fosforescentes. Ante tal degradación de la política, no es de extrañar que las personas valiosas y honradas huyan de ella.

 

Pero el síntoma más preocupante del asunto, por otra parte indudablemente hilarante, es que se ha evidenciado la descomposición general y la idoneidad de la charca en la que este tipo de parásitos gustan de chapotear. Porque sin tanta gente dispuesta a corromper y a corromperse, el pequeño Nicolás no habría tenido tanta oportunidad de negocio. Según se empieza a airear, todos sus timados lo fueron por pretender usarle como mediador para comprar a gobernantes e instituciones con turbios fines privados. Si no se percibiese el alcance universal de la corrupción, ¿quién se metería en esos berenjenales?

 

Nadie se extrañe de que, ante tanto lechuguino y tanto chorizo, surjan nuevos partidos reclamando para sí, con admirable oportunidad, la condición de bálsamo de Fierabrás que sanará todos nuestros males. El problema es que lo único que tan caballeresco remedio provocó en el plebeyo organismo de Sancho fue una tremebunda cagalera. Pero ésa es otra historia.

 

El Diario Montañés, 23 de octubre de 2014