Si esto es España


Las cosas de la política no siempre dependen de la inteligencia. Más bien casi nunca. Los movimientos, motivaciones e impulsos que modifican las sociedades tienen, efectivamente, un componente derivado más o menos directamente de la creación intelectual, pero sobre todo tras la llegada de las masas a la política, hace aproximadamente dos siglos, son otros los elementos cuya influencia acaba siendo más determinante. Fobias, filias, sentimientos, estereotipos y modas pueden acabar derrocando gobiernos y cambiando regímenes ante la mirada impotente de eruditos convencidos de ser el ombligo del mundo y de que nada se moverá si no son ellos los artífices del cambio. 

 

En el proceso de liquidación de nuestra vieja nación no ha cumplido un papel pequeño cierta casposa inclinación a la vulgaridad que ha dado alas a los interesados en alejarse de una nación desde la que tan en bandeja se les brindan las ocasiones para mirarla con desprecio. Por ejemplo, la proyección de películas como las de Torrente ha hecho contra la causa de España en tierras vascas y catalanas más que años de ingeniería ideológica separatista. 

 

–¡Qué asco, estos españoles! ¡Si hasta les parece divertido lo que les debería provocar vergüenza! 

 

Esa masoquista inclinación a reír las dudosas gracias del denominado héroe español ha servido en bandeja no poca munición para alimentar el rechazo a España de un modo que un catedrático de historia no sería capaz de imaginar desde su despacho. Evidentemente, la argumentación extraíble de dichas películas no es el colmo de la elaboración, pero no conviene despreciar las conversaciones de taberna: nada impide que puedan ser más efectivas que las conferencias ateneísticas, a las que, además, cada día va menos público debido al abismo que la LOGSE y el general clima de analfabetización ha abierto entre la juventud y la palabra. 

 

No sólo el cine es a la vez víctima y culpable de esta adoración por lo bajo. En España son muchos los campos en los que ésta se manifiesta; por ejemplo, la tauromaquización de la cultura española, que parece que no es comprensible si no pasa por la ensangrentada arena de la plaza. Entre la gente de la llamada derecha esta moda es particularmente evidente: como los separatistas suelen rechazar la denominada fiesta nacional precisamente por eso, para alejarse un poco más de lo español, parece que es obligatorio ser aficionado a los toros como ejercicio de patriotismo. Si a uno no le gustan los toros, ya sea por motivos morales, estéticos o de cualquier otro tipo, es un mal español. 

 

A principios del siglo XX denunciaba Unamuno que "las corridas son un síntoma más de una especie de meridionalización que ha estado durante mucho tiempo sufriendo España y de la que apenas sí empieza a curarse", por lo que expresaba su deseo de "acabar de una vez con esa España pintoresca y falsa, completamente falsa, que nos están imponiendo los extranjeros, con esa España artificial de los turistas franceses". 

 

Se equivocó Unamuno. Un siglo después, España no se ha curado de ello, sino que ha ahondado en la tendencia. Una de las derivaciones de esta moda se aleja de los cosos para enraizar en el cotilleo social, esa deforme rama de la información que crece diariamente en importancia y presencia. No tendría poco interés un estudio que analizara el porcentaje de tiempo dedicado en los medios de comunicación a los cotilleos que tienen por protagonistas a andaluces. Toreros, folklóricas, holgazanes, caraduras varios y aristócratas que hacen comprender los tiempos de la guillotina casi monopolizan los ecos de sociedad en esta España en la que parece que todo tipo risible ha de ser andaluz. De este modo se presenta una imagen deformada de la España meridional, que tan dañinos efectos tiene en buena parte de la septentrional –y no sólo en tierras vascas y catalanas–. Porque cuando se trata de Andalucía y de sus cosas, no es al Gran Capitán, a Álvaro de Bazán, a Velázquez, a Ganivet o a Antonio Machado a quienes se menciona, sino, en el mejor de los casos, a mediocridades, y en el peor, a personajillos dignos de burla. Otro caso reciente es esa mugrienta canción del tipo que quiere "hacé un corrá pa los guarrillos", enésima muestra del aplauso con el que esta España lamentable recibe cualquier manifestación de mal gusto. 

 

Si este hueco país de fútbol, ignorancia, canalla y griterío es lo que hemos de entender como España, la verdad es que se hacen comprensibles muchas cosas de los separatismos.

 

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada