Ser reaccionario es revolucionario

Se ha publicado recientemente una encuesta que revela que sólo un 10% de los jóvenes españoles se declaran conservadores. Sorprende gratamente que de una fábrica de nulidades como es nuestro muy progresista sistema educativo hayan podido obtenerse resultados tan esperanzadores. Porque, efectivamente, nada hay más estéril que el conservadurismo, ese credo político nacido para perder y elevador de la artrosis a la categoría de virtud. 

 

Como la inmovilidad es el inicio de la putrefacción, cada día se hace más evidente que en estos infaustos tiempos de cursilería progresista el reaccionarismo es la única opción revolucionaria. Pero para eso hay que dejar de ser supersticiosos. Porque reírse de las supersticiones de los siglos pasados es fácil; lo difícil es sacudirse de encima las que nos ofuscan el entendimiento hoy. Y de todas ellas, la más arraigada y menos razonable es la superstición progresista, contra la que es necesario reaccionar si se pretende solucionar los graves problemas con los que se ha de enfrentar la Humanidad del futuro.

 

Sí, ser reaccionario es revolucionario porque hay que empezar a no mirar con los ojos vendados todo lo presente. Ser reaccionario es revolucionario porque lo que hoy se tiene por progresista es, contrariamente, una vuelta atrás que convierte siglos de civilización en papel mojado. Ser reaccionario es revolucionario porque hay que revolverse contra el dogma de que todo paso hacia delante es a la vez ascendente. 

 

Ser reaccionario es revolucionario porque de Miguel Ángel al arte abstracto hemos retrocedido más allá del Paleolítico. Porque de Mozart a Bisbal la caída ha sido vertiginosa. Porque para acabar en las discotecas mejor habría sido no salir de las cavernas. Porque es preferible un río limpio que tener que depurar el agua después de haberla envenenado. Porque eso del desarrollo sostenible no es más que una pantomima para poder seguir destruyendo sin remordimiento de conciencia los no en vano denominados recursos naturales. Porque es más inteligente utilizar el mar como despensa que como cloaca. Porque es suicida esquilmar las fuentes energéticas del planeta con el fin de que todos podamos hacer viajes baratos al Caribe y perder el tiempo, los nervios y la salud en interminables atascos cada vez que hay tres días libres. 

 

Ser reaccionario es revolucionario porque es más práctico que el ejército siga siendo el brazo armado de la nación y no una ONG que, como ha dicho nuestro anterior ministro de Defensa, prefiera morir a matar. Porque lo justo y noble es estar del lado de las víctimas en vez del de los terroristas, para los que los desalmados disfrazados de progresistas no se cansan de buscar rousseaunianas atenuantes. Porque estamos obligados a respetar y salvaguardar la vida frente a los progresistas asesinatos de niños y aparcamientos de ancianos. Porque cada paso dado contra o en olvido de la religión es un paso más hacia el caos, reflexión para la que ni siquiera es necesario tener demasiada fe ni demasiado apego a Iglesia alguna.

 

Ser reaccionario es revolucionario porque es preferible una nación seria, fuerte y justa que el regreso a la fragmentación y al régimen caciquil que nos propone nuestro medieval gobierno y nuestro absurdo Estado de las Autonomías. Porque España es preferible a la vuelta a la división tribal prerromana que nos proponen nuestros muy progresistas separatismos con la entusiasta colaboración de nuestro muy progresista gobierno socialista y la inoperancia y la avidez de nuestra igualmente progresista derecha. 

 

Ser reaccionario es revolucionario porque la molicie, la hartura, la pereza, la abundancia, el afeminamiento y la egolatría son maldiciones enviadas por los dioses para barrer a los pueblos débiles y cansados…

 

De modo que, regresando a la encuesta del comienzo, ¡enhorabuena, jóvenes y jóvenas! Pero ahora hay que dar el paso siguiente, consistente en desenchufarse de los auriculares y empezar a poner en funcionamiento las meninges para intentar descubrir cuál es la dirección en la que hay que empujar.

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada