Una cosa es la identidad catalana y otra, el nacionalismo manipulador

Forma parte de la nueva generación de historiadores, escritores y periodistas que se ha atrevido a criticar al nacionalismo sin miedo al ostracismo o al atentado. Sostiene que ETA no se explica sin la existencia de un nacionalismo supuestamente moderado; nacionalismo que, a su vez, se ha beneficiado de la acción terrorista no sólo en Vascongadas, sino también en Cataluña.

 

Abogado y empresario santanderino, su gran vocación es la historia. Los ratos que le deja libre su trabajo en el bufete los dedica a bucear en el pasado. Fruto de una larga tarea de investigación es Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos (Ediciones Encuentro). Aunque se trata de una ópera prima, no es el trabajo de un aficionado. De haberlo sido, uno de nuestros más sabios hispanistas, Stanley G. Payne, nunca hubiera escrito el prólogo. A lo largo de más de 800 páginas, apoyándose siempre en documentos, Laínz desmonta, uno tras otro, los cimientos en los que descansa el edificio nacionalista. La catarata de datos es tal, que el español que lea el libro no volverá a sentirse extranjero ni en Vascongadas ni en Cataluña, mal que les pese en sus tumbas a Sabino Arana y a Prat de la Riba, y en la poltrona del poder a sus tataranietos políticos: Ibarretxe, Carod, Maragall. Animado por el éxito editorial (el libro va por su quinta edición), confiesa tener varios bollos en el horno. Con toda seguridad, más que panecillos serán torpedos en la línea de flotación del nacionalismo, buque con bastante de mercante, mucho de pirata y un punto de negrero.

 

¿Dónde hunde sus raíces el nacionalismo catalán, en el mito o en la realidad?

 

Su base es la manipulación y la mentira. Una cosa es la identidad catalana y otra el nacionalismo. Nadie niega que dentro de España existe una región, Cataluña, de fuerte personalidad, con una larga tradición y una lengua de glorioso cultivo literario. Ésta es la identidad. Lo que hace el nacionalismo es elaborar con estos ingredientes una concepción nacional artificiosa fundada en que lo catalán no es español, sino algo enfrentado. Porque en España se da un fenómeno curioso que no se da en el resto de Europa: quien consiga probar que determinado territorio fue durante la Edad Media un condado, un ducado o un reino, parece estar legitimado para la secesión en el siglo XXI.

 

¿No es eso en la negación de la Historia?

 

Efectivamente. Los nacionalistas toman una foto de un momento histórico y dicen que nada de lo que haya pasado antes –la común pertenencia al Imperio romano o al reino visigodo, la Reconquista– o después les interesa. Sólo les importa su foto.

 

¿De dónde trae su origen el nacionalismo catalán?

 

De la Renaixença, es decir, del esfuerzo que en el siglo XIX hizo un grupo de literatos por recuperar la lengua catalana, casi en desuso, como instrumento literario.  El esfuerzo vino acompañado por un renovado interés por la historia y la cultura catalana, pero sin abandonar la dimensión cultural por la política. El problema vino a finales del XIX, cuando, tras el Desastre del 98, la burguesía catalana utilizó esto como coartada ideológica para soltar amarras con el buque que se hundía: el Imperio español.

 

¿Era esa burguesía antes del Desastre tan furibundamente antiespañola?

 

¡Todo lo contrario! Los grandes homenajes a militares españoles y las multitudinarias manifestaciones patrióticas a favor del esfuerzo de guerra contra los insurgentes cubanos tuvieron lugar en Barcelona. Los industriales catalanes se mostraron más imperialistas que nadie al negarse a la liberación del comercio con Cuba; querían seguir teniendo el monopolio. Fueron los principales causantes del Desastre.

 

En 1898 Cataluña y Vascongadas eran la regiones más prósperas de España. ¿Se da un vínculo entre nacionalismo e industrialización?

 

Sí, ésa es la razón por la que el nacionalismo gallego no es tan fuerte. Es evidente que en el siglo XIX hubo un boom industrial en Cataluña y el País Vasco, pero los nacionalistas callan que el Estado fue el primer interesado en potenciarlo invirtiendo en infraestructuras. Y lo hizo por razones geopolíticas. ¿Cómo exportar mejor tus productos a Europa? Desde las dos regiones que cuentan con pasos por los Pirineos y que, además, tienen puerto de mar: Cataluña y País Vasco. Es curioso, pero las reivindicaciones independentistas en Europa son por razones de hambre, de injusticia, de opresión. Aquí es al revés: los que se quieren ir son los más ricos.

 

¿De qué medios se ha servido el nacionalismo para manipular la historia?

 

De todos los que tenía a su alcance: libros, prensa, televisión. Pero, sobre todo, de la no contestación de quienes estaban obligados a contestar: los no nacionalistas.

 

¿Puede poner ejemplos de adulteración de la Historia?

 

La Guerra de Sucesión. Fue una disputa entre los partidarios del archiduque Carlos de Austria y los de Felipe de Anjou. La mitad de los españoles se pusieron de parte de uno y la otra mitad del otro. Hubo zonas de España en las que, por razones diversas, hubo más partidarios de un candidato que de otro, como los territorios de la corona de Aragón, donde hubo más austracistas que borbónicos. Esto no significa que todos los catalanes estuvieran con Carlos y los castellanos con Felipe. Pero llega el nacionalismo, oculta este planteamiento y dice que se trató de un enfrentamiento entre Cataluña y el resto de España. Y enlazando con la Guerra de Sucesión está la figura de Rafael Casanova, caudillo de la resistencia austracista en Barcelona. Todos los 11 de septiembre se homenajea en Barcelona a Casanova como mártir de la independencia. Allí van Carod y Maragall, y se ponen muy firmes. Pero no dicen que uno de los bandos dictados por este señor y los suyos durante el asalto a la ciudad por las tropas borbónicas (integradas, por cierto, por miles de catalanes) decía: “Se confía en que todos, como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados con el fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por el rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España”.

 

¿Ha habido también manipulación en otras parcelas que no sean la Historia?

 

En la literatura, por ejemplo. Jacinto Verdaguer fue el más grande poeta de la Renaixença; lo mejor que se puede decir de él es que merece la pena aprender catalán para leerlo. Los nacionalistas quieren hacerlo pasar por el poeta de la patria catalana. Pues bien, tiene una obra titulada Patria, recopilación de versos dedicados a Cataluña. Quien abra el libro podrá leer en la dedicatoria estos versos a la virgen de Monserrat: “Vostre blau mantell és gran; abrigau tota l’Espanya / lo regne de vostre amor, como un niuet sota l’ala”. En castellano: “Vuestro manto azul es grande; arropa a toda España / el reino de vuestro amor, como un nido bajo el ala”. Y siguen numerosos versos cantando la heroicidad de los catalanes que defendieron España en las batallas del Bruch o de Lepanto. Verdaguer no fue un militante nacionalista catalán, sino un patriota español que cantó las glorias de su patria chica.

 

¿Fue Prat de la Riba, uno de los padres del catalanismo, el Sabino Arana catalán?

 

Decía Julio Caro Baroja que siempre pensó que no era posible encontrar textos tan  desquiciados como los de Sabino Arana hasta que leyó a Prat de la Riba. Este hombre sostenía que un pueblo, el catalán, no podía tener dos lenguas, porque eso implicaba tener dos almas, y un pueblo sólo puede tener una, así que había que extirpar el castellano. Decía que la degeneración de Cataluña era por el contagio con los españoles. En esta coincidía con Arana.

 

¿Por qué goza el catalanismo de mayor aceptación que el nacionalismo vasco?

 

Porque en Cataluña no hay una banda como ETA. Y claro, como el nacionalismo allí no mata, entonces es más razonable. Pero no. En Cataluña hay un clima de violencia sorda. Así, cuando Gotzone Mora, Jon Juaristi, Fernando Savater o Francisco Caja, por ejemplo, van a dar una conferencia, se la boicotean y, encima, los acusan de provocadores. Realmente, al nacionalismo catalán no le hace falta una ETA, porque consigue lo mismo sin pistolas. Pero la pregunta es: si no hubiera existido ETA, ¿habría habido Estado de las Autonomías? Y puesto que lo hay, ¿gozarían la regiones vasca y catalana de las competencias de las que gozan hoy sin ETA? No. Con esto quiero decir que los beneficiarios de ETA no han sido sólo los nacionalistas vascos sino también los catalanes.

 

¿Cuánto tiene esta doctrina de amor y cuánto de odio?

 

Si tuviera algo de amor, defendería la identidad catalana, es decir, el depósito cultural, lingüístico y de civilización que, con el paso de los siglos, ha ido configurando Cataluña. Si lo hicieran, su principal herramienta no sería la falsificación de la historia. Y en cuanto al odio, llevan más de veinticinco años enseñando a odiar a España en las escuelas. Que nadie se extrañe, entonces, de que el sentido del voto haya cambiado a opciones más radicales y urgentes que las de CiU, como las de ERC.

 

Y ante este panorama, los nacionalistas burgueses ¿qué hacen con las manos? ¿Se las llevan a la cabeza o se las frotan de satisfacción?

 

Por un lado les molesta, pues ya no pisan la moqueta del poder. Pero por otro, lo consideran un triunfo: un altísimo porcentaje del Parlamento catalán es nacionalista. Sin contar el PP de Piqué, que apenas se hace notar porque no tiene la determinación suficiente para hacerles frente.

 

¿No han surgido voces críticas desde la sociedad civil?

 

Sí, por ejemplo la plataforma de intelectuales de izquierda contra el nacionalismo, que cuentan con mi apoyo y mi respeto. Pero les reprocho que hace meses dijeran que, tras veinticinco años de nacionalismo de derechas, se habían hecho ilusiones con un gobierno de izquierdas, para terminar descubriendo que eran igual de nacionalistas. ¿Y para eso usan el intelecto? ¿No sabían que Maragall lleva veinticinco años demostrando ser tan nacionalista como Pujol? Su respuesta llega muy tarde.

 

¿Demasiado tarde?

 

No lo sé. El tiempo dirá.

 

Gonzalo Altozano, Alba, 14-20 de octubre de 2005