Adiós, España. Desmitificación de los nacionalismos

A un mes de las elecciones generales, para enturbiar el claro mensaje del PP y los varios y contradictorios del PSOE, los dos separatismos mayores, el vasco y el catalán, buscan su cuota mediática, aunque sólo sea para recordarnos que están ahí; lo cual no es malo, porque siempre es peligroso olvidar o menospreciar los problemas. 

 

Esta vez ha sido la iniciativa de la ERC (Esquerra Republicana de Cataluña) por medio de su dirigente, ese que quiere disimular su apellido inconfundiblemente aragonés, Carod, uniéndole con un guión al segundo, Rovira, roble en catalán. Su iniciativa, como sabemos, fue hacer un viaje "secreto" para acordar con el terrorismo vasco un pacto de no-agresión, pero circunscrito sólo a los límites de la región catalana. La consiguiente tregua terrorista ha tenido el efecto de una bomba, poniendo en evidencia al pacto PSOE-ERC y al propio PSOE -al agravar el riesgo de ruptura del mayor partido de la oposición- y así, en último término, atacar al Estado. Desestabilizar, romper y destruir: esa es su estrategia. Hace años, en Avui, Carod les había lanzado un mensaje: «Si queréis atacar a España, situaros bien en el mapa»; es decir, como Cataluña, para la ERC, no es España, si queréis hacer daño a España no os equivoquéis de objetivo. 

 

Por eso, en un excelente artículo publicado en La Vanguardia del 19, el catedrático de Derecho Constitucional de la UAB Francesc de Carreras decía que "Carod ha demostrado hasta la saciedad que no es un político de gobierno, sino un simple agitador de masas". Pero lo importante es que, sin menospreciar el problema -como arriba decíamos- no cedamos a la tentación de creer que los adversarios declarados de la normalidad constitucional y de la seguridad ciudadana tienen una seria propuesta alternativa, fundada en sólidas razones históricas y jurídicas, sobre la cual es posible dialogar. Todas las personas son respetables, pero no lo son todas las ideas, especialmente cuando se basan en una mentira histórica.

 

Éste es el tema de un gran libro -por su tamaño, pero sobre todo por la calidad y la cantidad de su documentación, y por su interesante lectura, que en algunos pasajes logra ser apasionante- titulado 'Adiós, España' y publicado en Ediciones Encuentro. El autor es el santanderino Jesús Laínz, que con esta obra de gran empeño se levanta a las altas cotas de la historia revisionista contemporánea, como decía una elogiosa reseña publicada en el suplemento de ABC 'Alfa y Omega'.

 

El título viene provocativamente explicado en la portada del libro por la pegatina separatista -que también hemos visto utilizada en camisetas- en que, sobre una ikurriña, figura esto mismo, pero en inglés, 'Good bye, Spain'. Quizá para no utilizar 'la lengua del Imperio', o sea el castellano.  

 

Dividido en cuatro partes, la tercera -referida a los otros nacionalismos, en que estudia el caso catalán, el gallego y el andaluz- es voluntariamente más restringida para dar mayor espacio e importancia al caso vasco. A él se refieren fundamentalmente los tres otros grandes apartados: La historia, Otros mitos y La España de hoy. 

 

La historia es la de una deformación radical por el empeño de hacerla plegarse a la conveniencia de una hipótesis falsa, y muchas veces por crasa ignorancia. Situados los primitivos vascones en lo que hoy es Navarra y parte de Aragón, salta por los aires la pretendida continuidad de un pueblo-un territorio desde los orígenes de la Historia, apropiándose además del arte magdaleniense de las cuevas de Altamira, como demostración de una cultura superior a la de sus salvajes vecinos. También es falsa la pretensión de una tierra jamás hollada por los conquistadores cartagineses y romanos, así como la apropiación indebida de la heroica resistencia de los cántabros, identificados con los vascos porque así lo exige el guión de la película. Y de Castilla, no digamos. Cita Jesús Laínz a Vicens Vives, el gran historiador catalán, que resumió así su origen: «El pueblo castellano -de sangre vasca y cántabra- se configura como una sociedad abierta, dinámica y arriesgada, como toda estructura social en una frontera que avanza». Y el historiador bilbaíno Gregorio Balparda remacha: «Desde que a principios del siglo XI empieza a tenerse alguna idea de Vizcaya (lo que se diga de tiempos anteriores es el mentir de las estrellas), no ha vivido jamás otra vida política, internacional, jurídica, artística, social, científica ni religiosa que la de Castilla, aun en épocas muy anteriores a la constitución de la unidad nacional».

 

Reproducimos como muestra estas dos citas como muestra de la densa variedad de argumentos aducidos, que continúan a propósito de épocas más cercanas, hasta las guerras carlistas -que en modo alguno fueron la lucha del pueblo vasco contra España, como pretenden los nacionalistas, sino una guerra civil entre españoles, todo lo más del campo contra las ciudades (los asedios a Bilbao lo demuestran), y donde los apellidos vascos son tan frecuentes en el bando isabelino como en el carlista. Queda claro también el españolismo de algunos prohombres del nacionalismo, como Iparraguirre, autor del 'Guernikako Arbola', que al regresar de Francia tras el 'abrazo de Vergara', exclama: «Estoy loco de contento en Hendaya, con los ojos muy abiertos. ¡Ahí está España, la tierra que no tiene igual en Europa entera!».

 

Sería interminable el repaso, aunque apresurado, de los capítulos dedicados a la II República, a la guerra de 1936-1939 y a la época de Franco y sus exageraciones españolistas, que causaron peligrosas contraolas.

 

El repaso de los falsos mitos, de lo que Laínz llama «el racismo sin raza», de la lengua vasca, el territorio, y el paralelo con Irlanda, completa el cuadro expuesto en el apartado histórico. Más interesante aún es la última parte, dedicada a la España de hoy, donde adquieren todo su valor los anteriores argumentos. El Estado de las Autonomías -con sus errores en el tratamiento de las cuestiones nacionalistas-, el examen del derecho de autodeterminación y los derechos históricos, la responsabilidad del PNV, y los nacionalismos ante la globalización, son capítulos tratados por Laínz con el rigor que hace de este libro grande un gran libro.

 

Francisco Ignacio de Cáceres

 El Diario Montañés, 28 de febrero de 2004