Doscientos años después del Dos de Mayo, la opción preferente ha consistido en circunscribir su relevancia al nacimiento de la nación española y, más concretamente, la España liberal. Otra opción menos publicitada incidiría en que la nación era algo bastante previo y que el liberalismo no fue el motor inicial de la revuelta contra la invasión francesa. Habrá que ver cuál es la disposición discrepante de esas estrategias simbólicas cuando celebremos los dos siglos de las Cortes de Cádiz. Ahí queda mucho por argumentar. Del Dos de Mayo a la constitución de las Juntas y la batalla de Bailén va un tramo en el que bregó de forma destacada el escritor catalán Antonio de Capmany. Es ciertamente oportuna la reedición de su Centinela contra franceses, con prólogo de Jesús Laínz. Nadie apostrofó al invasor con más pasión que Capmany, un moderado, ex militar, colaborador de Olavide, partidario de abolir la Inquisición, siempre activo en la vida pública, historiador de la economía de Cataluña, alto funcionario, valedor a ultranza de los beneficios del comercio por mar y tierra. Constató pronto que el Decreto de Nueva Planta impuesto a Cataluña con la llegada de los Borbones había sido positivo porque eliminó lastre feudal, abrió la economía catalana y acabó con el anquilosamiento institucional. Si para Cataluña Antonio de Capmany representa algo de peso sustancial, el nacionalismo lo refleja con cierta ambigüedad porque fue Capmany quien dijo que el catalán era entonces un «idioma antiguo provincial, muerto hoy para la república de las letras». Lo cierto es que la Cataluña del siglo XVIII no puede entenderse sin Capmany. Del mismo modo, su alegato antinapoleónico tuvo un eco cierto en la resistencia masiva de Cataluña a la invasión.
Lo que desencadena el Dos de Mayo en toda España tiene que ver con la reacción instintiva de cualquier país invadido, con el rechazo de un país católico a las ideas que representaba la Francia de Napoleón y también a la defensa de la Corona, aunque no fuese la familia real el mayor paradigma de responsabilidad y patriotismo. Luego vendrán la concepción liberal y los debates de Cádiz, pero en su origen el grito de independencia no es unívocamente ideológico: léase Centinela contra franceses. Fue ese el patriotismo ilustrado frente a la adaptabilidad de los intelectuales afrancesados a la ocupación y al estatuto de Bayona. Capmany ataca con brío al Napoleón «Gran Ladrón de Europa» y pone mucho énfasis en criticar la diplomacia de Godoy, al que llama ignorante, tímido y traidor. Le atribuye el desastre naval de Trafalgar. En fin, para Capmany, «las tres épocas terribles en los anales del mundo son: el diluvio universal, Mahoma y Bonaparte».
Capmany asume que donde no hay nación no hay patria, de lo cual es fácil deducir que España como nación existe desde mucho antes -siglos antes- de que la caballería de Murat fuese destripada en Madrid y Goya pintase «Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío». La sedimentación histórica que luego obtendrá sucesivas definiciones constitucionales tuvo formato de nación soberana desde mucho antes. Lo que sí hubo en aquel 1808 fue un desplome del Estado: la nación estuvo en la calle, en la inteligencia apesadumbrada de hombres como Jovellanos o Antonio de Capmany, luego en la Junta Central. La nación como conversación entre pasado, presente y futuro -la patria de los vivos, de los muertos y de los que vendrán- no nace en aquel momento porque existía con notable anterioridad. Esas cosas las sabía un hombre público tan experimentado y sabio como Capmany. En las Cortes de Cádiz, colabora con Jovellanos, siempre desde la perspectiva de un liberal-conservador que hace una defensa foralista de Cataluña. Bueno, está a la vista que el bicentenario de la Guerra de la Independencia entretiene poco a las gentes españolas de estos tiempos. Pero es inevitable que la Historia tenga siempre actualidad. La confianza en que la nación liberal fue fundada el Dos de Mayo posiblemente se vea después como ilusoria. Algo más sabremos cuando dentro de dos años se cumplan los doscientos años de las Cortes de Cádiz, a las que Capmany tanto contribuyó, incluso moribundo, interesado desde el lecho de muerte por las últimas resoluciones parlamentarias. La invasión iba a durar un año más.
Valentí Puig
ABC, 7 de agosto de 2008