Un libro peligroso

A Jesús Laínz, santanderino y ensayista, le llamó la atención cómo éramos capaces de cargarnos España con dinero oficial y con la complacencia de una buena parte de impositores en una operación que si la planifican fuera, nos levantamos en armas a poco que nos anime el alcalde de Móstoles.

 

El asombro de Laínz se desparrama en una serie de libros que tienen como eje común la gilipollez, aunque los protagonistas no son esos personajes de la farándula con lo que tanto nos reímos cuando dicen candelabro en vez de candelero, o si confunden precipitado y premeditado. No, esos personajes apellidados Berrocal o Pantoja son unas lumbreras al lado de aquellos otros sobre los que Laínz enfoca su telescopio.

 

Los rasguños esenciales de este colectivo los definen como personajes de representación pública que cobran del erario y que dedican todos sus esfuerzos a dinamitar la utilidad del Estado y sus símbolos.

 

El proceso seguido por Laínz culminó al ver que su último libro, el dedicado a las políticas lingüísticas, ha sido considerado subversivo, peligroso, revolucionario, golpista, pendenciero, hereje y cochino, como los de Sade. En consecuencia, la Casa del Libro de la Rambla barcelonesa decidió que sus doctas paredes no podrían albergar la presentación de un ensayo tan venenoso que critica la gilipollez.

 

Aquí hay que alabarla por decreto y aplaudir cada euro gastado en hacernos daño, porque eso es lo moderno y lo fetén. Las políticas lingüísticas son sagradas, como antaño lo fueron los escritores. Hoy un escritor solo sirve para lamerle el tafanario al político lingüístico, de lo contrario debe ser perseguido hasta su exterminio. Él no será el primero ni el último en padecer la dictadura del gilipollado, pues la sombra de la subvención es alargada. Los tontos son peligrosos, pero los tontos con poder, además de peligrosos, son apóstoles.

 

José de Cora

Bitacoradecora, 20 de enero de 2012