La gran venganza

El santanderino Jesús Laínz es, probablemente, uno de los escritores que más tiempo ha dedicado a roturar un terreno histórico tan convulso como aquel en el que cristalizaron los nacionalismos fragmentarios que amenazan la soberanía de la nación española. Desde su Adiós, España, publicado exitosamente en 2004, el montañés ha dado a la imprenta un considerable número de volúmenes, en los que el lector puede hallar abundantes claves para entender cómo se ha llegado a la preocupante situación actual. El último de esos libros, todos ellos publicados en Ediciones Encuentro, es La gran venganza. De la memoria histórica al derribo de la monarquía, recopilación de artículos aparecida poco después de que lo hiciera el capítulo "Memoria de la destrucción contra la destrucción de la memoria", incluido en el libro colectivo Memoria histórica, amenaza para la paz en Europa (ECR Grupo, 2020).

 

Estructurado en cuatro bloques, La gran venganza es un libro que debe mucho a José Luis Rodríguez Zapatero, impulsor de la Ley de Memoria Histórica, aprobada por el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 2007, después de un intenso periodo propagandístico en el que los medios afines –quien subvenciona, manda– se volcaron en implantar una visión maniquea del pasado que obligó a muchos a indagar acerca de la ideología o bando en el que se movieron sus abuelos. Más de dos décadas después, sabedores de los réditos dados por esa ley, sus beneficiarios –la autodenominada izquierda española y los secesionistas de todo pelaje– manejan ya un anteproyecto de Ley de Memoria Democrática que, sin duda, contará con los idénticos propagandistas, los mismos que se han volcado en tratar de justificar los indultos del inquilino de la Moncloa, cuyo discurso conecta de nuevo con el último libro de Laínz. "La venganza no es un valor constitucional", afirmó Sánchez días antes de indultar a los golpistas a los que debe el cargo y con los que comparte el proyecto de balcanizar, con las necesarias dosis de europeísmo y federalismo, España, para mayor gloria y dividendos de las oligarquías regionales y de terceras potencias.

 

Es evidente que entre las posiciones ideológicas de Laínz y Sánchez media un abismo; sin embargo, el sonoro empleo de la palabra venganza les une de alguna manera. Un modo que cabría calificar de psicologista. Si para el montañés el uso interesado que se hace del pasado de nuestra nación por las facciones antes citadas responde a una venganza tomada por los perdedores de la Guerra Civil, para el madrileño las acciones judiciales emprendidas por el Estado contra los golpistas, a los que su persona nunca calificará de este modo, vendrían motivadas por un sentimiento parecido del que, no obstante, se puede escapar con la administración de ingentes cantidades de concordia.

 

A esta semejanza, que podríamos calificar de visceral, le acompañan factores netamente racionales que se alejan de esa visión simplista según la cual las innumerables mentiras de Sánchez en relación al golpismo catalanista responden a intereses puramente personales. Y ello porque, a pesar de que parece evidente que tal impulso existe, se le unen programas largamente elaborados para cuya puesta en marcha nadie ofrece más posibilidades que el tornadizo ex alumno del Ramiro de Maeztu. Una serie de planes que resultan más comprensibles gracias a obras como la de Laínz, repleta de testimonios y materiales de hemeroteca que permiten entender de qué modo, bajo la coartada de una particular interpretación de la memoria, se retuercen y se vaporizan biografías y reliquias con fines tan plenamente actualistas como el que cierra el subtítulo del libro.

 

Iván Vélez

Libertad Digital, 25 de junio de 2021