El conflicto y Orson Welles

El culpable es el conflicto. Y los culpables del conflicto son los españoles, no es necesario decirlo. Porque todo el enorme problema del nacionalismo vasco y su vanguardia criminal viene del conflicto. 

 

¿No se ha dado cuenta, atento lector, de que Otegui y cualquier otro portavoz batasuno hablan cada vez que se les pone delante un micrófono de que hay que solucionar el conflicto, de las mesas de negociación para resolver el conflicto, de la violencia como consecuencia del conflicto, de la voluntad de la izquierda abertzale para arreglar el conflicto, etc.?

 

Pero, ¿cuál es es ese conflicto? Pues muy sencillo: que la nación vasca fue invadida y ocupada por España hace ya tiempo, y esa guerra entre naciones es el conflicto que los heroicos gudaris se ven obligados a resolver con bombas y tiros en la nuca, muy en contra de su voluntad, todo hay que decirlo, pues son hombres de paz, pero la opresión española no les deja otra alternativa.

 

Sin embargo, el primer problema con el que se encontrará quien pretenda seguir adentrándose en las razones del conflicto es que no parece que los nacionalistas se pongan de acuerdo sobre cuándo tuvo lugar la invasión. El muy autorizado Ibarretxe suele ser claro al respecto: “Los vascos están en conflicto con España desde hace 167 años”. Así de exacto es el lehendakari, que aumenta la cifra, lógicamente, cada año que pasa. El conflicto al que se refiere es la terminación de la primera guerra carlista y la derogación foral por Espartero. Ése es el momento de la “pérdida de la independencia vasca”, según doctrina fijada hace un siglo por Sabino Arana y seguida desde entonces como palabra de Dios por todos los peneuvistas, desde los más inmediatos discípulos del fundador hasta Ibarretxe, pasando por Aguirre, Irujo, Ajuriaguerra, Garaicoechea y Arzalluz. Hay una variante de esta doctrina, que atrasa cuatro décadas el momento de la pérdida de la independencia al fecharla en 1876, momento de la derogación definitiva a manos de Cánovas.

 

Pero también existe la versión de que el conflicto es exactamente un siglo posterior, pues se retrasa la fecha de la invasión española de 1839 a 1939, momento de la victoria franquista en la Guerra Civil, la cual, según el catecismo nacionalista, fue una guerra entre españoles y vascos. El motivo por el que la entrada de las tropas nacionales en Madrid, Sevilla u Oviedo no fue una invasión de un ejército extranjero y, en cambio, en Bilbao sí, es un misterio que sigue sin ser resuelto.

 

Ambas fechas, ambas guerras, ambos conflictos son intercambiables, como los comodines de la baraja, y lo mismo sirve 1839 como justificación de la argumentación jurídica contra el Estado que 1939 como justificación de la lucha armada contra las fuerzas de ocupación.

 

A esta alegre confusión hay que añadir alguna que otra aportación novedosa, como la del articulista del Gara que explicaba recientemente a la comunidad ecuatoriana en el País Vasco que al mismo tiempo que Cortés y Pizarro conquistaban América, ¡un último mariscal vascón era cautivo y desarmado por los invasores españoles!

 

Grave problema de tanto conflicto es que si la independencia se perdió tantas veces, ¿cuándo se recuperó? Porque parece que sin haberla recuperado no es posible volver a perderla. Pero sobre este importante punto el dogma nacionalista también guarda silencio.

 

Si nos limitamos a las versiones canónicas no se tardará en advertir que lo de la Guerra Civil y el franquismo da para mucho, incluso aunque hayan pasado más de treinta años desde su fin y aunque la gran mayoría de los etarras hayan nacido durante el actual régimen democrático. Para tanto da que hasta es la justificación para asesinar. Recientes son las declaraciones de Iker Gallastegui reivindicando la barbarie etarra con estas palabras:

 

“¿Por qué tenemos que perdir perdón? ¿Quién nos ha pedido perdón a nosotros por cuarenta años de franquismo? Quien tiene que pedir perdón es España por las agresiones contra el pueblo vasco. En ETA no hay gente de ésa a la que le guste matar. Es su deber, matan porque es un deber patriótico”.

 

Así de simple y así de espantoso es el problema del nacionalismo vasco. Se trata sencillamente de una alucinación. Y lo trágico es que en nombre de esa alucinación se mata.

 

En 1938 Orson Welles leyó por la radio las primeras páginas de la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells como si fuera la información sobre unos hechos que estuviesen ocurriendo en aquel momento. Tan realista y convincente fue el programa que miles de americanos se lanzaron a las calles despavoridos creyendo que estaban siendo invadidos por los marcianos.

 

El gran logro del nacionalismo vasco –por el que, si hay justicia bajo el cielo, algún día habrá de pagarlo ante el tribunal de la historia– es haber provocado en muchos miles de vascos la alucinación de que su patria ha sido invadida y de que deben luchar contra los invasores. En este caso, los marcianos son los españoles, contra los que incluso es legítimo el asesinato.

 

¿Cuánta sangre habrá de correr aún hasta que esos vascos empiecen a despertar de su alucinación?

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada

 

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