Un mal precedente

Evidentemente estamos viviendo unos tiempos que habrán de ocupar algunas líneas en los libros de historia del futuro. Pero el mañana no tiene por qué presentársenos halagüeño, pues con el denominado alto el fuego de ETA y la voluntad negociadora del Gobierno –en flagrante vulneración de las normas del Estado de Derecho que nuestra Constitución dice que es España– pueden abrirse insospechadas perspectivas. Crear malos precedentes suele acarrear serias consecuencias. 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que, tras cuarenta años de crímenes del terrorismo nacionalista vasco y para conseguir equilibrar el fiel de la balanza, quizá fuese oportuna la apertura de un nuevo plazo para ejercer una violencia de similares características pero en sentido contrario? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre organizar un grupo dedicado a asesinar y sembrar el terror en nombre de la profunda españolidad de la tierra de Elcano, Churruca y Legazpi, incluso utilizando, para ahorrar tiempo y dinero, las siglas y el logotipo de la banda etarra: España eta Askatasuna, España y Libertad? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que habría que empezar asesinando ertzainas bajo la acusación de constituir las fuerzas de ocupación, y que, unos cuantos cientos de muertos después, se pasaría a asesinar concejales, diputados y otros representantes de cualquier partido nacionalista? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que de este modo se conseguiría que la expresión de esas opciones políticas quedaría limitada dada la gran cantidad de posibles intervinientes que optarían por irse o por no participar en política para no significarse? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que de este modo la presencia de las opciones políticas nacionalistas, siempre amenazadas con la violencia y la muerte, quedaría infrarrepresentada tanto en las urnas como en todos los ámbitos sociales? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que al amparo del terrorismo –perdón, lucha armada– de alta intensidad habría que organizar el llamado de baja intensidad, consistente en el incesante acoso a los nacionalistas en asociaciones, centros docentes, parroquias, universidad, actividades culturales, deportivas, etc., todo ello apoyado, naturalmente, por unos gobiernos autonómicos que velarían sólo por los derechos de los no nacionalistas y menospreciarían y discriminarían de mil maneras a los nacionalistas? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que con la huida de miles de profesores, el diseño ideológico de los libros de texto y la utilización de los medios de comunicación con fines partidistas se construirá la conciencia nacional española de la mayoría de la población, esencial para continuar ganando las elecciones? 

 

¿Y si a alguien se le ocurre que cuarenta años después de esta bien diseñada y coordinada campaña se podría ofrecer una paz sin vencedores ni vencidos, exigir a las víctimas que no sean rencorosas, reclamar una mesa de negociación en la que se ofrezca el abandono de las armas a cambio de la concesión de transcendentales objetivos políticos, obligar a la celebración de un referéndum de autodeterminación –seguros de contar con un apoyo mayoritario tras cuatro décadas de ingeniería social– y proponer la concesión a quienes hubieran caído en manos de la policía de beneficios penitenciarios como corresponde a quienes, lejos de ser unos criminales, hubiesen dedicado altruistamente su vida a los sacrosantos intereses de la patria? 

 

Dadas las apetitosas perspectivas que está abriendo Zapatero, ¿es esto imposible?

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada

 

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