Cirugía arbórea

Tras la reforma de los jardines, siempre contra la hierba y a favor del cemento, a cualquiera que supiese mirar no se le pudo escapar que éste había cerrado demasiado su círculo en torno a los árboles y que, en adelante, no les iba a dejar beber ni vivir.

 

La primavera siguiente mostró el problema de forma tan evidente que se enteraron hasta en el Ayuntamiento. Se tomaron rápidamente cartas en el asunto: junto a los árboles afectados se instalaron unos enormes carteles que anunciaban la diligencia de los gobernantes locales: AYUNTAMIENTO DE SANTANDER. DEPARTAMENTO DE CIRUGÍA ARBÓREA. Ante tales términos, los ciudadanos amantes de los árboles podían respirar tranquilos. El asunto no podía estar en mejores manos: ¡nada menos que el Departamento de Cirugía Arbórea!

 

Efectivamente, los cirujanos vegetales hicieron un buen trabajo: el centenario y frondoso tilo no llegó al invierno (¡No, el médico no, que quiero morir de muerte natural! –gritó el personaje de Jardiel Poncela) y desapareció discretamente junto con el cartel anunciador del trabajo de sus sanadores.

 

El no menos centenario roble, a pesar de comenzar a languidecer al mismo tiempo que su compañero, aguantó un poco más, aunque no tardó en seguir el mismo camino. Si bien los cirujanos arbóreos no volvieron a molestarle, estaba claro que algo había sucedido. Su antaño frondosa copa iba despoblándose un poco más cada año hasta quedar reducida a un tétrico manojo de ramas con cuatro hojas que se refugiaban en los últimos rincones todavía capaces de transportar la savia.

 

Pero acabó sucumbiendo. Ésta será la primera primavera en que en ese hermoso rincón de Reina Victoria, cada vez más despejado, el ancho paraguas del roblón que acompañaba a Gerardo Diego habrá dejado paso a un retoño que tardará un par de siglos en parecérsele.

 

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.

 

El Diario Montañés, 23 de marzo de 2012

 

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