“El árbol de Guernica nunca se secará.
Si se secan las ramas, el tronco quedará.
Si se seca el tronco, sabremos qué hay que hacer:
¡Todos los bizkaitarras a pegar fuego a Santander!”.
Con estas lindas rimas agitaban los maestros aranistas el espíritu patriótico infantil en las primeras décadas del siglo XX. Pero los acontecimientos de aquel verano de hace hoy 75 años iban a dirigir a los peneuvistas hacia la capital montañesa con un propósito bien distinto: tras la entrada del ejército franquista en Bilbao el 19 de junio, miles de vascos, con el gobierno autónomo a la cabeza, corrieron a refugiarse en la provincia vecina. Al cruzar la raya por Trucíos el lendakari Aguirre –Napoleontxu, para los amigos– declaró que “la raza vasca no ha sido vencida, sino temporalmente ultrajada”.
No disfrutaron demasiado del veraneo Napoleontxu y su séquito. Se quejaron constantemente a Prieto y Azaña de la actitud de los gobernantes locales. Efectivamente, oliéndose la traición, los republicanos santanderinos mofábanse de sus ínfulas de Jefe de Estado, les alojaron en una casa junto a las baterías de Cabo Mayor por si a los aviones enemigos se les escapaba alguna bomba e incluso tiraron acantilado abajo a algunos capellanes y dirigentes peneuvistas, como pudo comprobar personalmente el general Gamir desde Cabo Mayor. Uno de esos sacerdotes, Txomin Iakakortexarena, escribió que los republicanos santanderinos “hacían toda clase de robos, detención de pobres gentes, torturas en los calabozos y hasta asesinatos de tanta gente inocente”.
Clamaron constantemente por su traslado hacia la Cataluña de Companys, “de posición espiritual distinta de la de Santander”, según el mismo Aguirre, y terminaron de tejer, a espaldas del gobierno republicano, la rendición por separado a las legiones fascistas italianas que ha pasado a la historia con el nombre de Pacto de Santoña.
El Diario Montañés, 10 de agosto de 2012
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