300 años

Trescientos años desde el 11 de septiembre de 1714. Trescientos años desde el día en el que se rindieron en Barcelona los últimos defensores del candidato Habsburgo al trono de España. Trescientos años desde que los Tres Comunes redactaran, a las tres de la tarde en el portal de San Antonio, el bando, proclama o pregón que resume y culmina toda la Guerra de Sucesión y que, como escribió Víctor Balaguer, “bastaría por sí solo a eternizar aquel día memorable; hecho que no creo tenga igual ni parecido, y que viene a ser clara demostración de que Cataluña luchaba por la libertad y por España”.

 

Indudablemente, todo eso ocupa un plano secundario en las Diadas actuales, centradas en una reclamación política casi desnuda de legitimaciones históricas. Pero no se habría llegado a este punto sin cuatro décadas de intoxicación casanovista. Hoy no habría España nos roba sin el previo España nos invadió.

 

Así que, trescientos años después, un par de preguntas necesitan respuesta. Contesten los gobernantes nacionalistas la primera: ¿Por qué el testimonio principal de aquella guerra, su relato más completo, escrito por uno de sus más importantes protagonistas, ha dormido tres siglos en el Österreichisches Staatsarchiv de Viena sin que a ningún gobierno nacionalista jamás se le haya ocurrido publicarlo? Se trata de las Narraciones históricas de Francisco de Castellví y Obando. Capitán de la Coronela, participó en la batalla final del 11 de septiembre y en la redacción del mencionado bando de los Tres Comunes. En 1726, a pesar de la amnistía general, se instaló en la corte del Archiduque Carlos, ya emperador, donde dedicó sus treinta últimos años a redactar con enorme minuciosidad la historia de lo sucedido en España y Europa en aquellos bélicos tiempos. Para ello utilizó los documentos que llevó consigo, los testimonios de otros compañeros de exilio y los que solicitó por carta a otros protagonistas que habían quedado en España, entre ellos Rafael Casanova.

 

Pues bien, tan esencial documento, que su autor no logró editar en vida, ha sufrido la indiferencia de unos gobernantes nacionalistas para los que tan fácil habría sido promover su edición. Y bien a mano lo han tenido, pues Salvador Sanpere i Miquel, que había tenido la paciencia de copiar en Viena el manuscrito de Castellví para documentarse para la redacción de su Fin de la nación catalana (1905), donó su copia al Institut d’Estudis Catalans en 1916. Pero desde entonces sólo ha servido para criar polvo tanto en las estanterías de dicha entidad como actualmente en la Biblioteca de Catalunya, en cuya sección de manuscritos sigue durmiendo el sueño de los injustos con el número 421. Tuvo que ser la carlista Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Pèrcopo la que en 1997 publicara tan esencial documento. ¿Por qué no habrán tenido interés en difundirlo los dirigentes del movimiento político que, sin embargo, lleva un siglo agitando a las masas con la supuesta ofensa recibida de España en aquellos días? ¿Tendrá algo que ver en ello el hecho de que el texto de Castellví evidencia palmariamente el carácter de guerra sucesoria española que tuvo la lucha, el afán de todos los protagonistas por dar la vida por el que consideraban legítimo titular del trono de España, el enfoque completamente español que el autor dio a una obra que comenzó con un repaso a la historia de España desde sus orígenes, su lamento porque se tratase de una guerra civil en la que “la nación española fue homicida de sí misma” y el convencimiento de los barceloneses, tan claramente expresado, de ser el último baluarte de la libertad e independencia de España?

 

Contesten los ciudadanos catalanes, especialmente los nacionalistas, la segunda pregunta: ¿Cuántos de ellos han tenido la oportunidad de leer el bando del 11 de septiembre? ¿Cuántos conocen siquiera su existencia? ¿A qué escolar se le ha mostrado en clase de historia el texto que escribieron los defensores barceloneses para incitar a sus paisanos a dar su vida “por la libertad de toda España”? Las fuentes originales tienen el grave inconveniente de dejar en evidencia a los falsarios. Por eso los nacionalistas huyen de ellas como vampiros ante agua bendita. Pues si alguna vez se diera lectura a las palabras con las que se resumen los afanes que movían a los defensores de Barcelona, quizá el inmenso artificio nacionalista comenzara a agrietarse.

 

¿Por qué no aprovechar este tercer centenario para recordar a los catalanes su pasado? ¿Por qué no poner en el Fossar de les Moreres, en la fachada de Santa María del Mar, una placa con el texto del bando del 11 de septiembre de 1714? No puede haber mejor manera de rendir homenaje a los protagonistas del día, de recordar los ideales que les movieron a dar sus vidas y de mostrar respeto por la Cataluña de verdad.

 

El Diario Montañés, 2 de septiembre de 2014

 

(Ilustración: Caricatura© de Julen Urrutia para el capítulo sobre Casanova y Villarroel de La nación falsificada, Ed. Encuentro 2006).

 

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