Las cosas del sentir

–A ver cómo les explico yo a ustedes brevemente el problema nacionalista que tenemos en España. Díganme –preguntó a sus interlocutores gubernamentales el parlamentario vasco de visita en los Estados Unidos–, ¿aquí sería posible que un gobernador de un Estado anunciase su intención de convocar un referéndum para decidir unilateralmente su permanencia en la Unión o su secesión?

 

–Sí –respondieron.

 

–Y…, ¿qué sucedería acto seguido?– reaccionó aquél tras un momento de sorpresa.

 

–Que al día siguiente entra el ejército y se mete a los sediciosos en prisión.

 

Esto sucede en USA porque es una nación fuerte que no desperdicia su tiempo en tonterías. Y lo mismo sucedería en Gran Bretaña o Francia, o en cualquier otro país serio en el que desconozcan los necios complejos que sufrimos aquí. Pero la debilidad de España hace que haya que aguantar con una sonrisa complaciente que cualquiera se crea que tiene derecho a autodeterminarse por el mero hecho de haberlo declarado en un parlamentito regional; o que cualquiera crea que está legitimado a decidir sobre su pertenencia o no a España y, en el caso de decidir generosamente quedarse, a imponer su modelo de encaje con ella; o que, en un alarde de sentimentalidad elevada a la categoría de legitimación política, cualquiera se sienta nación.

 

Pero todas estas irrisorias supersticiones políticas no cambian las cosas, del mismo modo que el País Vasco o Cataluña no se convertirán en planetas aunque la mitad más uno de la población se declare marciana.

 

España es una de las cinco o seis más evidentes naciones del mundo desde hace muchos siglos aunque en su suelo tengamos que sufrir desde hace cien años a pedantísimos indocumentados que cuestionan esta evidencia echando mano de argumentos de parvulario. Iñaki Anasagasti, por ejemplo, ha explicado en varias ocasiones que el nacionalismo vasco no es comprensible por quienes no lo comparten, pues se trata de una emoción. Emocionante explicación, sin duda, si no fuera por el inconveniente de que no explica nada.

 

En el mismo sentido va la anunciada mención a la nación catalana en el preámbulo del Estatuto, en el que, al parecer, se va a poner que la mayoría de los catalanes sienten a Cataluña como una nación. El que dicho sentimiento o sensación haya sido provocada por riadas de descomunales mentiras y falsificaciones desatadas durante las legislaturas de Jordi Pujol mientras los sucesivos gobiernos de Suárez, González y Aznar miraban hacia otro lado –cuando no colaboraban complacientes– parece ser un detalle que no es conveniente recordar. Lo que importa es lo que se sienta ahora, una vez consumado el lavado de los cerebros y el emponzoñamiento de los corazones.

 

Además, cualquier ser humano en este mundo es perfectamente capaz de afirmar la existencia de idénticas sensaciones a propósito de cualquier cosa que se le pueda ocurrir. Y en esto de sentirse cosas no hay como los pobres habitantes de los manicomios. Ésos sí que entienden de sentirse cosas.

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada

 

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